lunes, 17 de septiembre de 2007

El último viaje

Enrique Enriquez


Para las mujeres cualquier ilusión es una debilidad. La practicidad femenina percibe al hombre repleto de ilusiones como un enclenque espiritual, incapaz de proveerla del sustento y estabilidad que sus hormonas requieren. Sin embargo, y pese a tamaña verdad, son muy pocos los magos solteros.

Ser la esposa de un mago es sin duda algo singular, pero ser viuda de un mago, y esto muy pocas lo saben, se premia con una distinción más singular aún: pertenecer al Club de las Viudas Encantadas.

El Club de las Viudas Encantadas está presidido por su fundadora, Esther Vincoff. Una señora seca con el moño atornillado al cráneo, que mira a sus contertulias desde el azul frío de su único ojo. El otro lo perdió en el cumplimiento del deber: estaba lavando la capa de su marido, y al sacudirla un poco para ponerla a secar, un tigre saltó del forro y se lo arrancó.

Vincoff fundó el club cuando, muerto su esposo, comprendió dos premisas básicas: la pensión de retiro de los magos es un truco y, todo el que te diga que resucitará miente. Con los años la viuda ha logrado congregar a un buen número de señoras sin consorte, gracias a que los magos no son muy duraderos. Especialmente si tragan espadas.

La sesión de ayer se centraba en un debate espinoso. Discutían la inclusión o no en el club de la esposa de Flavio el Magnífico, un escapista brasilero de quien no se tenía noticia en años. El problema, justamente, era que la falta de informes implicaba la ausencia de cadáver, y al saber de la señora Vincoff, una viuda sin cadáver no es viuda.

-No lo sé. Su marido no está "técnicamente" muerto. Esto fijaría un precedente -dijo la presidenta guiñando maquinalmente su cicatriz.

Flavio el Magnífico sorprendía a sus fanáticos con trucos cada vez más imposibles. Un día escapó de un baúl amarrado con cadenas. Otro día escapó de un tanque de agua repleto de tiburones. Otro día escapó de una tumba a siete metros bajo tierra y otro escapó con la esposa del dueño del teatro. Fue la última vez que le vieron y, por cierto, la única ocasión en que el propietario de aquel tugurio aplaudió un acto.

La señora de Magnífico clamaba su puesto en el Club de las Viudas Encantadas. Después de todo, sí había estado casada con un mago y sí llevaba años durmiendo sola. Pero como bien saben los conejos blancos, de desaparecido a muerto hay un buen trecho. El caso parecía cerrado cuando otra de las viudas alzó la mano y dijo:

-Yo tengo una idea.

Hablaba Margarita Tracatrán, la viuda del Gran Tracatrán, "Señor de lo Impalpable", y dueño notorio de la carrera más corta en la historia de la magia. Tracatrán no pasó de su debut. Su carrera murió al nacer y él con ella. Quizás haya empezado con el pie equivocado, porque en lugar de los especiales de David Copperfield lo único que pudo conseguir como referencia en el club de video fue el plan de ejercicios de Claudia Schiffer, pero el caso es que entrenó con ahínco. El día de su debut todo iba de maravilla hasta que quiso cerrar con el clásico truco del conejo en el sombrero. Cuando metió la mano en el sombrero para sacarlo, el conejo le saltó a la yugular y lo mató. Su esposa siempre se culpó por aquello.

-No debí cubrir el piso de su jaula con páginas de "Catcher in the rye" -se reprochaba entre lágrimas cuando alguien sacaba a relucir el suceso.

Pero no era el día de recriminarse, sino de ayudar a una compañera en desgracia. La señora de Tracatrán trazó en pocas palabras su plan: sólo había que meter a la señora de Magnífico en el mismo gabinete por el cual había escapado su esposo, darle un arma y esperar a que concretara la muerte del miserable escapista. Cuando volviese a salir, su silla en el club la estaría esperando.

El deseo de pertenencia de la señora de Magnífico ha debido cegar su buen juicio. De otro modo no se explica cómo pudo comprar una idea tan loca, y dejar encima que la señora de Tracatrán, viuda y copartícipe del fracaso mágico más grande de la historia, le ajustase el gabinete, cargase su arma y le diese un empujoncito envalentonador en la espalda al verla meterse al biombo. El resto de las Viudas Encantadas las dejaron hacer. Más que encantadas estaban aburridas y al menos aquella aventura las sacaba del marasmo habitual.

Cuando la señora de Magnífico desapareció dentro del gabinete se oyó el disparo esperado. Luego, curiosamente, se escucharon otros dos y luego otros tres más. Lo que vino después fueron tiros a diestra y siniestra, repartidos en descargas que sólo se apagaron tras diez minutos de fragor intenso.

Tras ese silencio, que las señoras juzgaron mortal, un hombre disfrazado de indio piel roja salió desde dentro del gabinete silbando distraído, se plantó sin mirar frente a las viudas y abriéndose el pantalón se dispuso a orinar. Fue un suspiro proferido a coro por las viudas -no se sabe si de impresión o de nostalgia- lo que sacó al actor de su ensimismamiento, haciéndole mirar a los lados.

-Oh, perdón. Pensé que este era el baño de hombres -dijo con vergüenza apache, y subiéndose la bragueta, se fue por donde había venido.

De la señora de Magnífico nunca se supo nada más.



http://enriqueenriquez.net/

2 comentarios:

Desde La Barra dijo...

jajajajajajaja !

el gran tracatar'an...

sublime jajajajajajaja !

Novo Ordum seclorum

J

adriana bertorelli p. dijo...

el surrealismo de esta vaina es sublime. estoy lista para leer mil historias de las malandras viudas de los magos. la imagen del conejo que le muerde la yugular al mago a cuenta de catcher in the rye no tiene desperdicio alguno.